Ayer les platicaba de la lindísima
ciudad de Morelia invitándolos a conocerla y caminar por sus calles llenas de
edificios de cantera rosada. Tomando en cuenta que ya se viene el puente del 1°
de noviembre, les hablaré de una tradición que en todo nuestro país se vive año
con año y de la que Michoacán se apropió a su manera.
De entrada, cabe recordar que se
tiene la creencia de que los muertos necesitaban comida para llegar a su
destino final, por lo que al morir se dejaba junto a ellos viandas, agua, ofrendas
y diversos objetos. Esta tradición se mezcló y adaptó al calendario cristiano
en los días 1 y 2 de noviembre; el 1 de noviembre es dedicado a los niños
difuntos y el día 2 a los difuntos mayores y se cree que en dichos días los
difuntos regresan a visitar a sus seres queridos.
Ubicado a 60 km de Morelia, el lago
de Pátzcuaro y su isla Janitzio tienen su propia expresión de esta tradición,
donde la Noche de Muertos se torna lúgubre; los habitantes de la isla aparecen,
vestidos de negro, con ofrendas, dulces y panes que dejan sobre las tumbas,
donde se sientan a llorar y rezar por sus muertos.
Durante toda la noche se hace sonar
la campana colocada en la entrada del panteón para convocar a las almas a la
gran ceremonia y en toda la isla se escuchan los cantos purépecha implorando
por el descanso de las almas ausentes y la felicidad de los vivos. Participar
en este evento ha sido un deber sagrado durante siglos para los habitantes de
la isla.
Es toda una experiencia vivir la tradición purépecha del Día de Muertos; desde que llegas por la noche al muelle de Pátzcuaro para subir a la lancha que te atraviese a Janitzio, donde el camino es iluminado por veladoras; más allá de lo tétrico que pueda sonar, es una vivencia que asombra y resulta interesante.